Un par de individuos dejaron dos artefactos explosivos frente a la sede de El Colombiano, en el centro de Medellín. El atentado, que ocurrió en vísperas de las elecciones a la Alcaldía, fue tomado como una amenaza a la ciudadanía.
En la noche del 10 de marzo de 1988, Gabriel Trespalacios, el guardia del edificio donde funcionaba el medio, descubrió una caja y una bolsa que, por su extraña apariencia, arrojó a la calle. Seis minutos después explotaron las dos bombas que estaban camufladas en estos paquetes y le provocaron la muerte a una persona. Ocho más resultaron heridos, entre ellos tres menores de edad. Quince personas que estaban trabajando en el cierre de la segunda edición, salieron ilesas.
Por su línea editorial que denunciaba la expansión del narcotráfico y la corrupción por todo el territorio nacional, el cartel de Medellín había amenazado en varias ocasiones a El Colombiano. Con este atentado cumplieron estas intimidaciones que prentendían censurarlo.
Un día trágico
Ese mismo día hubo otro atentado en la planta de la empresa Sodeca, en el barrio Santa Rita, en límites entre Bello y Medellín. Entre 15 y 20 personas armadas, que portaban brazaletes del F-2 de la Policía, detonaron cuatro cargas de dinamita que destruyeron varias máquinas trituradoras de piedra, generando perdidas cercanas a los seis millones de pesos. Los terroristas dejaron una bandera, propaganda y panfletos del ELN. Asimismo, en el edificio Nova Tempo, en El Poblado, en donde funcionaban las oficinas de Mineros de Antioquia, fue detonada otra bomba que no dejó víctimas mortales.